Micro-Cromos "Rojo". Armando Rabadán. Oleo sobre lienzo.
Ya ha pasado más de un año de la esperada primavera consciencial y tengo la perspectiva suficiente para compartir cómo he vivido los meses que siguieron al 21 de diciembre de 2012, después de un silencio auto-impuesto con alguna excepción. Y siento la necesidad de hacerlo desde aquí
a modo de agradecimiento a los lectores del blog, que
no han dejado de crecer aunque no haya escrito casi nada en todo
este tiempo.
¿Qué
pasó en mí
cuando llegó el esperado solsticio de invierno de 2012? Pasó
que sentí miedo. Miedo a estar equivocado, a ir contra-corriente y al mismo tiempo miedo a no experimentar la metamorfosis del llamado salto dimensional. Y el miedo me impidió ser
libre y sin libertad no se expande la consciencia. Tuve una
noche oscura en forma de decepción, que he ido
superando a base de paz y ciencia, confiando ciegamente en la providencia.
Hace unos días
almorzando con mi hija, que ya
es una
preciosa realidad de personita adulta, me preguntó qué era esto
de la espiritualidad y le respondí que era algo
muy parecido a un videojuego, que
bien podría llamarse "Prisionero en Dualidad". Le expliqué que el
juego consiste en viajar a un mundo que es
verdad pero
no es real, olvidando lo que
somos, para recordar nuestra esencia divina, interpretando un sinnúmero de personajes (el
gran teatro de la vida) que viven las más variadas y diversas experiencias en una colosal matriz holográfica en las que interrelacionan con otros jugadores que tienen el mismo propósito. Los jugadores pueden ponerse de acuerdo para jugar juntos y establecer estrategias, aunque olvidaran estos pactos al comienzo del juego. No hay límites de partidas y el número y la duración de las mismas depende de las decisiones que se tomen en el juego, conservando en cada nueva partida el nivel de recuerdo adquirido en la partida anterior.
Como en todo juego hay trucos para llegar antes al final del mismo. Entre los trucos destaca la meditación, que permite hacer pausas en el juego y recobrar en parte la memoria. Pero
sin duda los atajos más poderosos son confiar en la providencia, llevar una
vida sencilla y ejercitar los dones y talentos.
Lo más interesante del juego es que
cuando se recuerda lo que somos se puede seguir jugando sin jugar. Es lo que
los despiertos llaman vivir viviendo y equivale a la felicidad, a ser libres, a no tener miedos, ni
egos, ni contentos, ni sufrimientos, a ser en lugar de estar.
Después de contarle todo esto,
mi hija, que
había estado en todo momento muy atenta a mis palabras, me miró
fijamente y me dijo:
Parece más
convincente que
lo que me explicaban en clase de religión, qué guay.
Me dió un beso
y se levantó de la mesa. Yo observe como
se marchaba y me dije: Qué bonita partida está jugando y qué suerte tengo de jugar yo la mía con ella...