miércoles, 22 de mayo de 2013

El jaramago del balcón de enfrente.







Cuando medito por las mañanas me gusta fijar la mirada  en el balcón de la casa de enfrente. Las lluvias de finales de invierno hicieron que germinara un matojo jaramagos pegado a la herrumbre de uno de los barrotes y durante un mes los he visto crecer  alimentados con las caricias del sol, del viento y de  nuevas lluvias. He sentido especial atracción por uno de ellos, esbelto y desgarbado, que sobresalía de los demás  y se asomaba curioso a la calle. En más de una ocasión ha resonado en mi corazón  que el jarmago y yo eramos lo mismo viviendo experiencias diferentes. Yo, esforzándome en interpretar mis papeles al punto de creerelos a pie juntillas y él empeñado en ser sencillamente  jaramago. Cada día lo saludaba reconociendo en él y en mi la divinidad que ambos somos y ese sentimiento de hermandad hacía sentirme bien. Todo el ego que hay en mí era desapego en él. Todo el sufrimiento que hay en mí era felicidad en él. No precisaba de contentos y le bastaba con ser flexible como un junco y expresarse con sus alegres flores amarillas, hasta que, poco a poco, se dejó languidecer y se secó  convirtiéndose  en pasto arrancado de su frágil atadura  por la mano del hombre. Había cumplido su ciclo como yo cumpliré el mío. Él sin esfuerzos, yo, posiblemente, prisionero en la cárcel que yo mismo me he creado... En recuerdo de ese jaramago que alegraba mi corazón cada mañana, he puesto cuatro macetas de gitanillas en la ventana, que cuido con mucho Amor y no pierdo la esperanza de despertar del sueño de esta vida donde todo parece tan real.

3 comentarios:

  1. Un ramillete de los jaramágos que pueblan los olivares del Aljarafe, viendo venir el tractor del arado del hombre, interesado sólo por el fruto verde del aceite para las mesas, se desprendieron de sus hijos, que con el viento se refugiaron en la ciudad baja, en escombros y cornisas.
    Si no en la libertad del campo donde nacieron, buscaban vivir su corta vida, en lugares habitados, con la esperanza de que otros hombres ocupados en otros menesteres, asistieran a su desarrollo y florecimiento.
    Éstos lo consiguieron, y conocedores de su condición de crucíferas, no sólo por la forma de sus pétalos, sino por su corta vida entre los segadores de lo verde, pudieron completar su cíclo a la altura de los ojos de un hermano del que intuían su presencia.
    Uno de ellos, el más fuerte y decidido, mantuvo la atención del humano, para que cuando muriera en su presencia, suscitara la misericordia en su corazón y lo impulsara, en su recuerdo y memoria, a poblar su balconada con otras hermanas de la raza gitana, que con sus trajes de colores rojos, alegrarían todo el año, el lugar de esa calle junto al gran río, donde su espíritu les permitió vivir en sus salientes de cal blanca sevillana.

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    1. Toda historia tiene su origen y está no podía ser menos. Muchas gracias Tito por recordarnos la ascendencia aljarafeña del Jaramago. Namasté.

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    2. A ti hermano, me encantó tu cuento y me enganché a tu alma en ése sentir; no sé si se originan aquí, pero como los vientos dominantes son los de suroeste, que vienen de Huelva, del Atlántico y coronan a nuestra Sevilla...véte tu a saber de dónde proceden, quizá del desierto del Sahara, como el inicio de los ciclones que después de povenearse por la mar oceana, jueguetean por las costas americanas, quizá para retornar con sus maletas semillas y polen acumulados en todo su viaje de ida y vuelta....eso si, algunos se afincan cerca de casa y dan origen a la unión de tu cuento con el mío.Namasté

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