Hace unos días la Universidad de Cambridge (Reino Unido) celebró un simposio para conmemorar el 70 cumpleaños de Stephen Hawking. La enfermedad le impidió estar presente en el homenaje, pero grabó un discurso en el que repasa su fascinación por la ciencia. El día 15 de este mes. El País extractó su intervención destacando esta afirmación:
"No creo que sobrevivamos mil años sin dejar el planeta"
"Ahora que he cumplido las tres veintenas más 10, espero que me perdonen
por pensar en mi vida pasada y en el modo en que nuestra comprensión del
estado del Universo ha cambiado. También intentaré mirar hacia el
futuro, más allá del horizonte actual. (...)
Cuando inicialmente nos
trasladamos a St. Albans, me enviaron a la Escuela Superior Femenina,
que a pesar de su nombre, aceptaba a niños hasta los 10 años, pero más
tarde fui a la Escuela St. Albans. Nunca estuve muy por encima de la
media de la clase (era una clase muy inteligente). Mi aula estaba muy
desordenada y mi caligrafía era la desesperación de mis profesores. Pero
mis compañeros de clase me pusieron el apodo de Einstein, así que
supongo que vieron indicios de algo mejor. Cuando tenía 12 años, uno de
mis amigos apostó con otro una bolsa de caramelos a que yo nunca
llegaría a nada. No sé si esta apuesta llegó a pagarse ni, en tal caso,
en qué sentido se decidió. (...)
En octubre de 1962, cuando llegué
a Cambridge, al DAMTP, el departamento de matemáticas aplicadas y
física teórica, tenía 20 años. Había solicitado trabajar con Fred Hoyle,
el astrónomo británico más famoso de la época. Digo astrónomo porque la
cosmología apenas era reconocida entonces como una disciplina legítima.
Sin embargo, Hoyle tenía ya suficientes alumnos, así que me llevé un
gran chasco cuando me asignaron a Dennis Sciama, de quien no había oído
hablar. Pero menos mal que no estudié con Hoyle, porque me habría visto
arrastrado a defender su teoría del estado estacionario, una labor que
habría sido más difícil que salvar el euro. (...)
Hace no mucho, escribí un nuevo libro, El gran diseño, con Leonard Mlodninov, para intentar abordar algunos problemas que quedaron sin resolver en Breve historia del tiempo.
Vemos que las leyes de la ciencia describen cómo se comporta el
Universo, pero para comprender el Universo del modo más profundo,
también tenemos que comprender el porqué.
¿Por qué hay algo en lugar de nada?
¿Por qué existimos?
¿Por qué este conjunto concreto de leyes y no algún otro?
Creo
que la respuesta a todas estas preguntas es la Teoría de Cuerdas. La
Teoría de Cuerdas es la única teoría unificada que tiene todas las
propiedades que pensamos que debería tener la teoría final. No es una
teoría en el sentido habitual de la expresión, sino toda una familia de
teorías diferentes, cada una de las cuales es una buena descripción de
las observaciones solo en cierto rango de las situaciones físicas. La
Teoría de Cuerdas predice que se crearon una gran cantidad de universos
de la nada. Estos universos múltiples pueden surgir de forma natural de
las leyes físicas. Cada universo tiene muchas historias posibles y
muchos estados posibles en épocas posteriores, es decir, en épocas como
la actual, mucho después de su creación. La mayoría de estos estados
serán bastante diferentes del Universo que observamos y bastante poco
idóneos para la existencia de cualquier forma de vida. Solo unos pocos
permitirían que existiesen criaturas como nosotros. Por consiguiente,
nuestra presencia selecciona, de ese inmenso conjunto, únicamente
aquellos universos que sean compatibles con nuestra existencia. Aunque
somos raquíticos e insignificantes en la escala del cosmos, esto nos
convierte, en cierto sentido, en señores de la creación.
Sigue
habiendo esperanzas de que veamos la primera prueba de la Teoría de
Cuerdas en el LHC, el acelerador de partículas situado en Ginebra. Desde
el punto de vista de la Teoría de Cuerdas, solo estudia las energías
bajas, pero podríamos tener suerte y ver una señal más débil de la
teoría fundamental, como la supersimetría. Pienso que el descubrimiento
de compañeras supersimétricas de las partículas conocidas revolucionaría
nuestra comprensión del Universo. No siento lo mismo respecto al bosón
de Higgs, razón por la que apuesto 100 dólares a que no lo encontrarán
en el LHC. La física sería mucho más interesante si no lo encontrasen,
pero ahora da la impresión de que podría perder otra apuesta. (...)
Los
avances más recientes en la cosmología se han logrado a partir del
espacio, donde hay visiones ininterrumpidas de nuestro inmenso y hermoso
Universo. Pero también debemos seguir yendo al espacio por el futuro de
la humanidad. No creo que sobrevivamos otros mil años sin escapar de
nuestro frágil planeta. Por tanto, quiero fomentar el interés público
por el espacio y yo mismo he estado entrenando por adelantado.
Así
que permítanme terminar con una reflexión sobre el estado del Universo.
Ha sido una época gloriosa en la que vivir e investigar en física
teórica. Nuestra imagen del Universo ha cambiado muchísimo en los
últimos 40 años y me siento feliz si he aportado mi granito de arena. El
hecho de que nosotros, los humanos, que también somos meros conjuntos
de partículas fundamentales de la naturaleza, hayamos sido capaces de
acercarnos tanto a la comprensión de las leyes que nos gobiernan a
nosotros mismos y nuestro Universo es un gran triunfo. Quiero compartir
mi emoción y entusiasmo por esta búsqueda. Así que acuérdense de mirar
hacia las estrellas y no hacia sus pies. Intenten encontrarle un sentido
a lo que ven y pregúntense por aquello que hace que exista el universo.
Sean curiosos. Y por muy difícil que pueda parecerles la vida, siempre
hay algo que pueden hacer y en lo que pueden tener éxito. Lo importante
es que no se rindan.
Gracias por escucharme."
En El Pais de hoy, Luis María Ariza repasa la vida, nada fácil, del aclamado físico del tiempo y el espacio, apoyándose en el libro "Stephen Hawking. Su vida y su obra", de Kitty Ferguson, que Editorial Crítica publicará en España a comienzos de marzo.
En el verano de 1964, tras una conferencia del famoso astrónomo Fred
Hoyle, un joven delgado y de aspecto débil se levantó sobre su bastón y
dijo, ante el asombro general, que estaba equivocado. Hoyle trataba de
encajar la relatividad general de Einstein con su modelo de un universo
sin principio, igual ahora que en el pasado, y se quedó estupefacto.
¿Cómo podía juzgar aquel joven si los resultados eran o no correctos?
"Lo he calculado", fue su respuesta. El famoso astrónomo montó en
cólera. Aquel joven desafiante se llamaba Stephen Hawking y quiso
investigar con Hoyle cuando llegó a Cambridge como estudiante graduado
dos años atrás. No hacía mucho le habían diagnosticado esclerosis
lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad que no tiene cura y que suele
matar en un par de años. Los destinos de ambos fueron contrapuestos.
Hoyle fallecería en agosto de 2001, tras un tiempo en el que se le
tacharía -de forma injusta- como un renegado científico por no admitir
que el universo sí tuvo un principio. Pero, contra todo pronóstico,
Hawking cumplió su septuagésimo cumpleaños el pasado 8 de enero. Se ha
convertido en el científico más popular en el campo de la física después
de Albert Einstein, que murió en 1955, cuando Hawking era un muchacho
de 13 años.
La escritora Kitty Ferguson, en su libro Stephen Hawking. Su vida y obra (Crítica),
se ha acercado para alumbrar un poco el misterio que rodea a Hawking.
¿Cuál es la verdadera razón de su popularidad? Hawking es el director
del departamento de matemáticas aplicadas y física teórica de la
prestigiosa Universidad de Cambridge, algunas de cuyas aulas antiguas
conservaban hasta hace no mucho enormes pizarras que se izaban mediante
poleas. La conferencia que Hawking impartió aquí como nuevo profesor
lucasiano de matemáticas en 1980, cuando le fue otorgada la cátedra que
ocupó el mismísimo Isaac Newton, mostró que no era como los demás. A sus
38 años, ya no podía caminar, ni escribir, ni comer por sí mismo, ni
tan siquiera levantar la cabeza. Su habla estaba muy deteriorada, y uno
de sus estudiantes impartía la charla por él. A la audiencia no le
importó, atenta ante cualquier cosa que pueda decir este hombre atrapado
en su silla de ruedas. Su magnetismo ha ido a más. ¿Por qué? Ferguson
nos responde al otro lado del teléfono, desde Cambridge, el mismo día de
la onomástica de Hawking, un domingo que reunió a una pléyade de
físicos y cosmólogos de todo el mundo, una fiesta científica a la que
ella estaba invitada. "Él quiere que todo el mundo entienda su ciencia,
compartir con nosotros toda la aventura que significa para él, lo
divertido que le resulta".
Hawking exhibe un gran sentido
del humor. Su enfermedad no existe para él, y no quiere que la gente a
su alrededor piense en ello. Proyecta en la memoria de la gente
ordinaria la paradoja de alguien con una mente prodigiosa que sigue con
su cerebro intacto y a salvo de una enfermedad devastadora, atrapado en
un cuerpo que se deteriora cada vez más. Y sin embargo, su mente se
pregunta por el origen del cosmos y su destino, sobre si los agujeros
negros explotan o no, o si seremos visitados por extraterrestres del
futuro. ¿Qué sentido tiene este universo, qué hubo antes? ¿Queda o no
lugar para Dios? El público ve a un ser débil y frágil, que ahora solo
puede mover dos músculos de su cuerpo, pero que viaja sin ataduras a
lugares donde nadie ha llegado jamás, en el espacio y en el tiempo. Y
queda fascinado. "Investiga en el límite de la frontera entre lo
conocido y lo desconocido, más allá de las murallas de fuego del mundo",
explica Ferguson, en referencia a una frase del físico John Wheeler
(tomada en realidad de una cita del filósofo Lucrecio).
En su último libro, El gran diseño (Crítica)
-conjuntamente con el físico Leonard Mlodinov-, Hawking habla sobre la
posibilidad de que existan gran cantidad de universos donde quizá todo
esté determinado. Muy pocos albergarían vida inteligente. Quizá no hubo
un principio. El propio Hawking, en una de estas realidades
alternativas, podría haber seguido un derrotero bien distinto. De no
haber sufrido la enfermedad, ¿habría alcanzado la excelencia científica y
la popularidad de la que goza? Su exmujer, Jane Hawking, comentó en una
ocasión que, sin ayuda, dinero y éxito, habría consumido sus días como
un oscuro físico teórico en una silla de ruedas, ignorado, en una
anodina residencia, "lejos de su casa y su familia, mudo, aislado y
desaprovechado".
Si se bucea en su adolescencia en Oxford,
donde nació, se descubre que el joven Hawking de 12 años no era un niño
superdotado. Le costaba aprender y su caligrafía desesperaba a los
profesores. Su casa en St. Albans, grande y oscura, estaba repleta de
libros, de música de ópera y de agujeros por los que se colaba el frío.
El joven Hawking solía caer enfermo, no destacaba en deportes y no pudo
presentarse a un examen de acceso para obtener una beca por culpa de una
gripe, lo que le cerró las puertas para estudiar en Westminster. Fue a
los 15 años cuando aprendió que el universo se expandía. En sus propias
palabras, "estaba seguro de que debía haber algún error". "Un universo
estático parecía más natural", escribe Ferguson. De expandirse
indefinidamente, el universo se quedaría vacío. Un pensamiento
perturbador.
La etapa universitaria dibuja a un Hawking de pelo
largo más bien vago, valedor del mínimo esfuerzo -dedicó una hora diaria
de estudio durante toda su carrera-, que falseaba partes de los
experimentos. Fue entonces cuando destacó por su inteligencia. El último
año se decantó por la cosmología. Quería estudiar con Fred Hoyle, que
estaba en la Universidad de Cambridge, y sacó las calificaciones
necesarias. Pero su vida estuvo a punto de pararse. "Parecía que me
volvía más torpe, y me caí una o dos veces sin razón aparente". A veces
perdía la memoria a corto y a largo plazo, no se ataba bien los zapatos,
y se trababa al hablar, relata Ferguson. Las pruebas médicas soltaron
la bomba. A sus 21 años, Hawking había contraído una esclerosis
incurable que destruye las neuronas que controlan el movimiento
voluntario de los músculos -salvo la excreción y la función sexual-.
Probablemente moriría asfixiado, sin controlar su respiración, quizá en
dos o tres años.
La muerte no se presentó en el plazo esperado. El
avance de la enfermedad se hizo más lento, pero transformó a Hawking al
principio en un joven meditabundo y depresivo. La relación romántica
que estableció con Jane, una antigua amiga del colegio, se transformó en
matrimonio poco después. Fue un bálsamo milagroso. El mal no era
hereditario (Hawking tiene tres hijos) y su mente quedaría intacta:
podía ser cosmólogo, lo que más deseaba. En los años que vendrían
emergió un nuevo Hawking que hizo frente a los desafíos. Se atragantaba
con la comida con más frecuencia. Cuando nació su primera hija, en 1967,
prácticamente no podía escribir a mano por el agarrotamiento de los
dedos. Podía moverse con muletas, pero le llevaba 15 minutos subir por
las escaleras hasta la cama sin ayuda. En la década de los sesenta, en
vez de lamentarse, su carácter se endureció. "Hawking asegura que su
testarudez es su mejor cualidad, ya que, de no ser así, no podría haber
afrontado su enfermedad", explica Leonard Mlodinov, que trabaja con él
desde hace 10 años, a El País Semanal. Y se ríe. "De todas
formas, si eres físico, tienes que ser muy testarudo para acabar tu
trabajo". Hawking relegó su invalidez en algún rincón de su mente. Los
más cercanos a él lo perciben así.
Entre sus mejores amigos
se encuentra el cosmólogo californiano Kip Thorne, al que conoció en
1965 en una conferencia en Londres. Hawking ha compartido con él sus
sombrías predicciones de futuro a lo largo de los años. El propio Thorne
estuvo el día de su cumpleaños, y escribió para El País Semanal
algunas de sus impresiones en un correo electrónico antes de partir para
Cambridge. "Cuando Stephen perdió el uso de sus manos, y por tanto, la
capacidad para manipular y escribir ecuaciones en un papel, lo compensó
entrenándose a sí mismo para manipular formas de objetos complejos y
topologías en su mente a una velocidad muy alta". Ese entrenamiento ha
proporcionado a Hawking una habilidad que no tiene ningún otro físico
teórico para encontrar las soluciones a problemas físicos muy complejos.
"Probablemente no los habría resuelto de no ser por esta habilidad que
adquirió". Por increíble que parezca, transformó su condición en una
ventaja.
Pero su éxito no es en solitario. Hay una lista larga de
nombres insignes que se han movilizado para ayudarle en momentos
puntuales y críticos de su vida: Dennis Sciama, el astrónomo Martin
Rees, el Nobel Murray Gell-Mann, el propio Thorne... Es la historia de
un físico genial que pierde el control de su cuerpo; que necesita pagar a
las enfermeras para vivir en su casa y no recluirse en un deprimente
hospital; que progresa brillantemente en su carrera, publicando
hallazgos espectaculares como que los agujeros negros "no son tan
negros" ya que dejan escapar radiación -la radiación Hawking- o que
pueden... ¡explotar! La biografía de Hawking está salpicada de premios,
como el Albert Einstein, la medalla Hughes de la Royal Society o la
medalla de la Libertad concedida por el presidente Obama.
Pero en
toda esta ecuación, el término más ignorado por el público -y
seguramente el más importante- resultó ser el apoyo incansable de Jane
Hawking, su mujer. Stephen era como un agujero negro, el centro de
atención que se tragaba todo a su alrededor, incluida su esposa. En las
fotos que le sacaban, a veces la recortaban pensando que ella era una
enfermera que empujaba la silla. Hawking no habría logrado convertirse
en lo que es, superar el diagnóstico de su enfermedad, progresar en su
carrera, de no ser por el optimismo, el coraje y la fe de Jane Hawking,
dice Ferguson. Ella es la heroína en la sombra. "Hoy todo el mundo de la
física ha venido a Cambridge para celebrar el cumpleaños, tienes que
verlo, es increíble. Y cuando hablas con ellos, que le han conocido
desde que Hawking era un estudiante graduado y ellos eran también
estudiantes, se quedan impresionados con todo lo que hizo Jane Hawking,
todo el calor y amor que se podía palpar".
A la ecuación de la
vida de Hawking hay que añadir, por tanto, la de su mujer, un factor
indispensable. Jane era una persona profundamente religiosa, de cuya fe
sacaba fuerzas para describir muy gráficamente una vida que ambos
"vivían al borde del abismo". Dada la enfermedad de Stephen, la pareja
no podía hacer planes ni pensar a largo plazo. Pero Hawking no compartía
la fe de su esposa. No creía en un Dios personal. Y en los años
siguientes se manifestaría como un científico más próximo al ateísmo,
donde la ciencia estaba arrinconando cada vez más a Dios. En un
matrimonio famoso por su hospitalidad, era Jane quien iba a comprar
comida para fiestas de 60 personas. Toda esta labor no reconocida,
señala Ferguson, pasó inadvertida a los medios; al igual que el hecho de
que Jane estableció por entonces una relación romántica discreta con un
joven, Jonathan Jones -su actual marido-, que se ofreció para ayudar a
la familia.
El año más crítico fue 1985. En un viaje a
Ginebra, Hawking contrajo una neumonía y estuvo a punto de morir. Estaba
involucrado en la finalización de un manuscrito, Historia del tiempo, que sus editores querían convertir en un "best seller de
aeropuerto". Cuando Jane acudió al hospital, comprobó con horror que su
marido estaba conectado a una máquina de respiración artificial, casi
en coma. Los médicos le dieron la posibilidad de desconectarle o hacerle
una traqueotomía. Pero jamás volvería a hablar. Hasta ese momento,
Hawking se comunicaba a duras penas con sus ayudantes. Sin voz, ¿cómo
iba a proseguir su carrera? Jane optó por la intervención. Más tarde,
ella lo recordaría así: "No sabíamos cómo íbamos a ser capaces de
sobrevivir. Fue mi decisión, pero a veces he pensado: '¿Qué he hecho?
¿Qué tipo de vida le he dejado?". Hawking iba a necesitar la ayuda de
enfermeras durante las 24 horas. Ya no respiraba por la nariz o la boca,
sino por una abertura practicada en la garganta por la que se deslizaba
un tubo que había que limpiar con regularidad para que las secreciones
no le encharcaran los pulmones. El coste de la asistencia resultaría
astronómico.
Pero el mundo científico volvió a movilizarse. Kip
Thorne realizó gestiones para que la Fundación MacArthur -de cuya
directiva formaba parte Murray Gell-Mann- le concediese una ayuda
temporal, que luego se extendería. Y Walt Woltosz, un informático de
California, les hizo llegar un programa informático, Equalizer, pensado
para que los discapacitados con una mínima movilidad pudieran
seleccionar las palabras que iban apareciendo en una pantalla de
ordenador para construir frases y expresiones que luego eran recreadas
por un sintetizador de voz. Con la práctica, Hawking llegó a producir
hasta 15 palabras por minuto. Algunas son frases hechas. Se rumorea que
en su ordenador también tiene un archivo con insultos. Retomó la
escritura de su libro. Historia del tiempoEl gran diseño,
Hawking nos advierte que si somos visitados por extraterrestres, lo más
probable es que estos sean poco amigables. Los alienígenas serían tan
avanzados que nosotros nos quedaríamos en meros animales. "Nos tratarían
de la misma manera que nosotros nos comportaríamos si exploramos algún
día un planeta y encontramos formas primitivas de vida", según Mlodinov. vendió en 1990 más de
ocho millones de ejemplares en todo el mundo y le convirtió en una
estrella mediática. Hawking considera malicioso el rumor por el que se
dice que si alguien le molesta, suele pillarle los pies con las ruedas
de su silla. "Pisaré con la silla a cualquiera que lo repita". Le
encanta lanzarse con ella por los terraplenes de San Francisco, o bailar
en las fiestas. Hawking, dice Mlodinov, despierta la admiración de la
gente, es una fuente de inspiración para las personas que tengan
dificultades y vean lo que él ha logrado, y aguanta estoicamente que le
paren por la calle para hacerse una foto.
En El gran diseño, Hawking nos advierte que si somos visitados
por extraterrestres, lo más probable es que estos sean poco amigables.
Los alienígenas serían tan avanzados que nosotros nos quedaríamos en
meros animales. "Nos tratarían de la misma manera que nosotros nos
comportaríamos si exploramos algún día un planeta y encontramos formas
primitivas de vida", según Mlodinov.
A pesar del éxito de Historia del tiempo,
hubo alguna crítica sobre el uso comercial de su imagen, en referencia a
la fotografía de la contraportada que mostraba a Hawking en su silla de
ruedas. Hubo quien aseguró que Hawking explotaba su nefasto estado de
salud y utilizaba la silla de ruedas para conseguir fama y dinero. Un
colega no identificado en el libro de Ferguson indicó literalmente que
"en una lista de los 12 mejores físicos teóricos del siglo XX, Steve no
entraría ni de lejos".
Pero quizá lo que el mundo no esperaba de
un matrimonio de 25 años, un modelo perfecto de inspiración para los
discapacitados, fue el anuncio de Hawking de que se separaba de su
esposa para casarse con Elaine, una de sus enfermeras. Ocurrió en la
primavera de 1990. "Me quedé de piedra. No tenía ni una sola idea que
sugiriera que la ruptura iba a ocurrir. Probablemente los teníamos
idealizados a los dos", explica Ferguson. Ella conoce a Hawking desde
hace 22 años y asegura que, estando a su lado, es imposible saber en qué
piensa o qué le irrita. No tiene lenguaje corporal -excepto la
expresión facial- y, aunque se comunica con el mundo mediante su
ordenador, la voz de Hawking es artificial, recreada sintéticamente, sin
modulación y emociones. "Eso establece una distancia cuando hablas con
él, que utiliza para proteger su privacidad. Solo dice lo que quiere y
nada más". Incluso cuando Hawking conservaba un hilo de voz, ya era muy
difícil "leer entre líneas". En retrospectiva, la opinión pública se
volvió al principio en su contra por haber abandonado a la mujer que lo
había apoyado. Hubo que esperar a las memorias publicadas de Jane
Hawking para aclarar el panorama. El matrimonio perfecto había pasado
apuros. La relación de Jane con Jonathan solo era conocida por los
íntimos de Hawking.
Nunca un científico proyectó tanta
humanidad y coraje en su lucha contra la adversidad. Pero la ruptura de
su matrimonio por otra mujer mostró que Hawking también era humano en un
sentido que pocos habían querido ver. Como que la gente con
discapacidad tiene deseos sexuales, una idea que resulta incómoda para
la mentalidad general -y especialmente para una sociedad británica más
rígida-. Él ha comentado a New Scientist,The Independent con su habitual ironía,
que "piensa en las mujeres la mayor parte del tiempo". Ferguson explica
estas razones. "Todos esperamos que la vida de los discapacitados sea
muy diferente a la nuestra. Si algo me ha enseñado Hawking es a pensar
que las personas discapacitadas no son distintas". En un artículo de
opinión del diario cinco años después de la
separación matrimonial, se sugería que Hawking, lejos de ser un santo,
era uno de los grandes iconoclastas de nuestro tiempo, un destructor de
símbolos, alguien a contracorriente. Lo cierto es que ha superado todas
las expectativas. Cuando le preguntaron a qué punto de su vida iría si
pudiera retroceder -Hawking cree que el viaje al pasado no es posible-,
respondió que elegiría el día en el que nació su primera hija, Lucy.
Para quienes le conocen bien, como Kip Thorne, solo cabe el elogio.
"Stephen disfruta al máximo de la vida, saca lo mejor de ella", nos dice
este cosmólogo, en referencia a las aventuras que Hawking ha
experimentado, como viajar a la Antártida o sentir la gravedad cero en
un avión de la NASA. "Pero por encima de eso está el amor que profesa a
su familia y a la física. Él es una inspiración".
No hay comentarios:
Publicar un comentario