PUBLICADO EN ABC 14/6/2011.
JOSÉ MANUEL NIEVES. MADRID.
Un
grupo de astrónomos británicos acaba de realizar un descubrimiento
extraordinario. Un nuevo brazo espiral en
nuestra galaxia o, más precisamente, un enorme fragmento hasta
ahora desconocido de uno de los dos brazos principales de la Vía Láctea.
Igual
que sucede con otras galaxias espirales, la Vía Láctea, la galaxia en
que vivimos, está formada por un gran disco central de cuyos extremos
surgen dos largos brazos repletos de estrellas, polvo y gas, que se
curvan alrededor de un denso y alargado núcleo central. Entre todas las
clases de galaxias que existen, la nuestra es una espiral barrada.
El Sol, la Tierra y el resto del Sistema Solar se
encuentran en una pequeña ramificación de uno de esos brazos, una
especie de "vía muerta" justo entre Perseo y el Escudo Centauro, los dos brazos
principales, a unos 25.000 años luz del centro.
Sin
embargo, y debido a que estamos dentro, no
resulta fácil adivinar cuál es la verdadera forma de nuestra galaxia.
La Vía Láctea contiene grandes cantidades de gases y polvo que
obstaculizan la visión. Por eso, por nuestra posición, no podemos tener
una imagen clara del conjunto y sólo podemos ver fragmentos aislados de
los brazos.
Resulta
mucho más sencillo estudiar galaxias distantes, que podemos ver
enteras, que la nuestra propia. Por ejemplo, conocemos con mucha más
exactitud las formas de Andrómeda, nuestra vecina, a dos
millones de años luz de distancia, que las de nuestro propio hogar en el
espacio.
Existen,
es cierto, modelos teóricos de la Vía Láctea, y muchas razones para
pensar que tiene la forma de un molinillo,
con dos enormes brazos repletos de estrellas. Pero no hay forma
de estar absolutamente seguros. Ni tampoco de estudiar directamente los
detalles.
La
imagen que acompaña estas líneas (realizada por Tom Dame, uno de los
descubridores del nuevo brazo), muestra la estructura básica de la Vía
láctea: dos largos brazos espirales que surgen de los extremos de una
gran barra central. En gris aparecen los fragmentos que aún no han
podido ser detectados. Arriba, a la izquierda, el nuevo brazo recién
descubierto. Las ramificaciones menores, como en la que nosotros
vivimos, han sido obviadas por el científico en aras de la claridad.
Una simetría sorprendente
Por
suerte para la Ciencia, y más allá de los instrumentos ópticos, los
astrónomos han desarrollado otras clases de "ojos" capaces de atravesar
las densas nubes de polvo que nos rodean y "ver" lo que hay más allá de
ellas. Esos instrumentos no buscan luz ordinaria, sino ondas de radio. Y
resulta que las moléculas de monóxido de carbono, extraordinariamente
abundantes en los brazos de las galaxias espirales, son excelentes
emisoras de radio y, por lo tanto, la clase de objetos que los
instrumentos pueden rastrear.
Utilizando
un pequeño telescopio de apenas 1,2 metros, instalado el el tejado de
su laboratorio de Cambridge, los astrónomos Tom Dame y Pat Thaddeus se centraron en las emisiones de radio de las
moléculas de monóxido de carbono para buscar evidencias de brazos
espirales en las zonas más distantes de la Vía Láctea. Y
descubrieron un nuevo y enorme brazo, con grandes concentraciones de ese
gas.
Los
investigadores piensan que el nuevo brazo espiral es, en realidad, el tramo final y más distante de Escudo Centauro, una
de las dos ramas principales. Si se confirma, Dame y Thaddeus habrán
demostrado que la Vía Láctea posee una
sorprendente simetría en sus formas. El nuevo brazo, en efecto,
sería la contraparte simétrica del de Perseo.
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