lunes, 19 de diciembre de 2011

Solo los ignorantes pueden ser felices.

Un estudio  titulado Ignorance is bliss (La ignorancia es felicidad) realizado por investigadores de la Universidad de Waterloo, de Ontario (Canadá), ha puesto de manifiesto que cada vez  nos interesa  menos disponer de información, que no queremos emplear nuestro tiempo en pensar. La noticia, publicada el pasado 16 de noviembre en elconfidencial.com por Esteban Hernández, me llamó la atención. ¡Vaya! me dije, un estudio sociológico que revela que la gente quiere ser sencilla.  Sin comenzar la lectura,  reparé en un epígrafe de la noticia : "Sólo prestamos atención a las buenas noticias." ¡Maravilloso! exclamé, nos estamos despertando. Otra afirmación en negrillas me causó la misma satisfacción:  "La negación de la realidad." ¡Exacto!, casi grité. 

No pensar, quietud.  Movimiento tras la quietud, es decir, prestar atención a las buenas noticias y negar la realidad, o sea, ser conscientes de lo que somos. Genial.

Sin embargo, Fermín Bouza, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid  y el psicólogo Manuel Nevado no piensan lo mismo. No solo eso. Inculcan el miedo en el cuerpo y califican estos resultados de inconsciencia temeraria (tiene gracia la cosa) y de falsa felicidad.

A mi me parece  maravilloso que opinen así, porque valoro sus afirmaciones con amor incondicional. Os dejo con el artículo para vuestra reflexión, pero me pregunto a tenor de la imagen ¿será todo un reclamo para aumentar la venta de periódicos?

Regresa la idea de que sólo los ignorantes pueden ser felices 

LA GENTE NO QUIERE EXPLICACIONES, SINO QUE LE RESUELVAN LOS PROBLEMAS

Regresa la idea de que sólo los ignorantes pueden ser felices.

Esteban Hernández  16/12/2011.
 
Mejor no meterte en líos. Cuanto menos sepas, más feliz vas a ser. Esta es una de las creencias más firmemente instauradas en nuestra sociedad, que entiende que cuanto mayor sea nuestro caudal de conocimientos, más grande será nuestra insatisfacción vital. Se trata de una idea muy presente a lo largo de nuestra historia y que ahora regresa con fuerza. Como señala el estudio Ignorance is bliss (La ignorancia es felicidad) realizado por investigadores de la Universidad de Waterloo, de Ontario (Canadá), en entornos complejos como son los presentes, nos interesa cada vez menos disponer de las informaciones pertinentes y de la capacidad de enjuiciamiento precisa y preferimos confiar la resolución de problemas a expertos y autoridades políticas.

En ese contexto, señala el estudio, es muy difícil que la sociedad se decida a participar activamente en la resolución de temas comunes. La gente no quiere complicaciones, quiere que alguien le solucione sus problemas. Y ello porque, asegura Fermín Bouza, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, “la sociedad de masas es muy perezosa. La dificultad que tienen sus integrantes en usar el tiempo para pensar hace que depositen su confianza en el pensamiento ajeno, y eso es muy perverso”. En realidad, cuando decimos que ponemos nuestra confianza en los expertos, “estamos utilizando un eufemismo para decir que no queremos emplear nuestro tiempo en pensar”. 

Para Bouza, esa idea de que la ignorancia es la puerta de la felicidad, subyace en muchas de las actitudes de nuestra sociedad. Por eso, “el pueblo llano tiende a mirar mal y a ridiculizar a quien tiene pensamiento propio”. Una actitud que, lejos de poseer aspectos beneficiosos, se convierte en “una de las armas más importantes de control social”.

En el mismo sentido apunta el citado artículo, que se compone de una serie de cinco estudios realizados entre 2010 y 2011 entre adultos estadounidenses y canadienses y que concluye que cómo “existe una línea directa entre la ignorancia acerca de un tema y la dependencia y confianza plena en el Gobierno para tratar dicho asunto".

Sólo prestamos atención a las buenas noticias.

Sin embargo, esta cuestión no puede abordarse sin tener en cuenta las características de nuestra sociedad, cada vez más conformada por entornos que se alimentan de información compleja y que requieren de lecturas expertas. Eso supone no sólo que aumente el número de especialistas, sino que los ciudadanos hemos de confiar cada vez más en ellos, dada la dificultad para ampliar nuestro conocimiento hasta los extremos necesarios para tomar las decisiones correctas. Buena parte de la sociología actual viene insistiendo en que sin la confianza en que los sistemas expertos harán bien su trabajo (esto es, sin la confianza en la actuación de profesionales como el médico, el ingeniero o el piloto de avión, por ejemplo), nuestra existencia cotidiana sería muy angustiante. 

El problema reside en que no podemos llevar esta tendencia al extremo, tal y como nos está ocurriendo. Como se asegura en el artículo, si no sabemos de un tema, tendemos a evitar  la información referente a él. Así ha ocurrido con la recesión: los participantes en el estudio que se sentían más afectados por la mala situación económica evitaban la información sobre la capacidad del Gobierno para manejar la economía, pero no la eludían cuando se hablaba de noticias positivas. Al mismo tiempo que mostraban su cansancio por tanto catastrofismo, delegaban la solución en personas que probablemente no fuesen las más apropiadas para solucionar la situación.


En los entornos complejos, donde la información no es transparente, solemos delegar la acción en quienes se supone que saben manejar la situación. Pero esa tendencia está también en el origen de esta crisis, como señala el psicólogo Manuel Nevado, ya que mucha gente depositó esa confianza de manera irracional en personas o entidades que no lo merecían. “Si alguien es inseguro, cualquiera que sepa ilusionarle le puede conducir rápidamente donde no quiere  ir. Hay otras personas que son conscientes de que detrás de tanta promesa hay letra pequeña, pero no todo el mundo está dispuesto a hacer el esfuerzo de informarse”.


La negación de la realidad.

Esta tendencia es muy perjudicial, asegura Nevado, miembro de Psicólogos sin fronteras, ya que “si un experto o un político es el encargado de tomar las decisiones que te afectan, cuando las cosas vayan mal le podrás echar la culpa, pero las consecuencias las vas a pagar tú. Y si todo sale bien, será él quien se lleve el mérito. No solemos ser conscientes de que, al delegar en otro, le estamos dando un gran poder”. 

Confiar en que el experto se encargue de analizar los problemas y de recetar las soluciones, y esperar que sean otros quienes nos resuelvan los problemas tiene que ver con la creencia de que no plantearse preguntas hace que se disfrute más de la vida. Para Nevado tales ideas son ciertas, pero sólo como parte de un mecanismo psicológico perverso. “Cuando el ser humano se enfrenta a un problema suele utilizar varios mecanismos mentales de defensa, entre los que aparece el de negación de la realidad. No querer conocer lo que nos pasa está muy bien porque te evita problemas en primera instancia, pero estás construyendo una situación falsa que terminará por manifestarse”. 

Puede que se sea más feliz, pues, pero sólo durante un rato.
 
Esta situación, asegura Nevado, resulta muy común en la vida cotidiana. “Es muy habitual preguntar a una familia por las relaciones entre sus miembros y que te contesten que son buenas. Pero si indagas un poco, rápidamente aparecen los conflictos. Y así ocurre también en la vida social.  Basta con pensar en la situación económica de los últimos años, cuando todos éramos felices en nuestra ignorancia”. Como las cosas iban bien, no nos preocupábamos de nada, según Nevado. Nadie tenía ni idea sobre el diferencial de la deuda ni sobre las calificaciones de las agencias de rating. Y nadie le daba muchas vueltas a la letra pequeña de las hipotecas que firmaba. Esa inconsciencia un tanto temeraria es lo que puede calificarse de “felicidad falsa”.

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